Thursday, December 7, 2017

Efélides

Hay todo un universo que se versa
en las joviales ondulaciones de tu semblante astuto,
de esa tu facialidad garabateada,
acometida por la melanina,
por la vida descomprometida;
a veces disimulada.
Como la argucia de tu libido,
de la máscara inocente que te acusa
y que a mí no engaña,
aunque me provoque,
y me conmueva,
y me hiera
con la tenacidad de tus ojos,
con la fisura de tu mácula tan entorpecente.
Te deseo en la carnalidad explosiva
minada por esas pecas que palpitan entre ensejos,
por esas curvas que me prosan parsimonia y desesperación.
Y te deseo en la tierna estafa de un amor preterido,
negado por la gélida lámina que me sopla los huesos
en el invierno pujante de las contradicciones bohemias,
en las precipitaciones,
en la temeridad jadeante que enfurece la hiel que nos condimenta,
que sazona cada mirada aguda que me lanzas
con la bravata que me desata,
que apimenta cada toque que aplico en ese tejido poroso;
en ese espacio-tiempo epidérmico
en que fluctúo perdido entre melanina conglomerada
y delgados relieves,
y curvas que no llevan a ningún lugar
sino a la perdición en que me pierdo,
en que encuentro el calor que engendra
tu frialdad calculista
de que soy víctima rendida.
Cómo digerir la sal de esa enemistad que nos une
en el camino de nuestros pasos desencontrados
que se convergen casi por ideología?
Tal vez seas la Zaragoza de mi tragedia libertaria
y yo sea sólo un miliciano rojinegro
decidido a morir en la perdida batalla de conquistarte:
de liberarte!
De poseer no más que una pequeña mancha
en la infinidad del cosmos
que es lo que de hecho eres,
como cada peca en tu palidez ibérica,
tan única,
tan insignificante,
tan preciosa,
tan apelativamente apasionante,
y a veces salvaje
en la dosis correcta que me es tan equivocada!
Y me conduce al error
hacia tu trampa tan obvia
y tan inevitable
en la que me aprisiono, aunque en negación,
como voluntario de un amor venenoso
que se manifiesta en el conflicto,
en los juegos vanidosos de las palabras ofensivas
cargadas con el más puro afecto.
¡Eres la maldición que me encanta!
Y el vino que me enciende.
Es el condimento del plato diario,
el toque de la poesía que se suspira
por tu lisa seda morena
y emana por la fragancia que me sorprende
y me debilita.
Oh, esas efélides son exclamaciones
clavadas en tu piel mientras queman a la mia
con la llama que se me interroga:
¿Cuánto utópico es quererte
así tan sin querer?

Wednesday, January 25, 2017

463 tons de cinza

Cidade que me pariu,
mas que nunca me exauriu. 
A maior do hemisfério; 
seu tamanho é deletério.
A cidade da garoa
e do submundo.
Centro da alta finança,
calvário do sujismundo.
Produto urbano
do desenvolvimentismo.
Antítese do humanismo.
Engrenagem por excelência
da santíssima trindade
do delírio mercadológico:
Trabalho, Consumo e Produtividade.
A cidade que não pára
e que não dorme.
A cidade supersônica.
A cidade que implode.
De uma velha vanguarda
tão tacanha e anacrônica.
A cidade concreta:
tão líquida.
A cidade discreta
que se auto-decreta.
Urbe brutal
que impiedosamente esmaga,
hospedeira dos parasitas da alta nata. 

Motor de um modelo falido,
esconderijo de subversivos.
Os negócios nefastos,
a arte rebelde:
capital da ação
e da reação.
Cidade de tantos mundos
e de tantos muros:
painéis de cimento subvertidos
que reluzem vida
em cores grafitadas.
Murais desalmados
por prefeitos engomados.
A cidade do chauvinismo
e da diversidade.
A cidade de contrastes,
a cidade da vaidade.
A selva de concreto, 
do homem primata
do capitalismo selvagem.
A cidade dos guetos sociais,
dos nichos culturais,
das tribos urbanas,
das mentes profanas.
Do sonho mundano,
de beltrano e cicrano.
A cidade acinzentada
pelo capricho de barões
que não sentem sua vivência
mas esbanjam seus brasões.
O cinzento de muralhas
tão elucidativo:
o funcionalismo de uma urbe
que é o seu paliativo.
Funcionários funcionais:
a caducidade da vida
em rotinas tão banais
que são zona de conforto
desse vício tão mordaz
de viver numa cidade
que combate o que apraz.
Santa produtividade
que nunca é assaz
na religião das catedrais,
do mercado voraz. 

São Paulo, que é meu berço,
também é minha maldição:
imponente e venenosa,
se ergue em contradição.
É o antídoto do veneno
do seu próprio ferrão.
São Paulo que se rebela,
mas que sempre passa a vez;
gigante que é presa fácil
quando reina a pequenez.
Província megalópole;
provincianos megalómanos.
Estirpe urbana tacanha;
tanta gíria e pouca manha.

Decerto que pariu
filho que lhe preteriu:
não sou herdeiro,
não quero o seu trono.
Vendida que está
a infames patronos,
da tua decadência
não me desmorono.